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Nuestro primer acercamiento ocurrió a principios de los 2010s, de manera digital. Por azar, terminamos en nuestras respectivas listas de amigos en Facebook, donde nuestra comunicación se mantenía superficial. Sin embargo, durante años, nuestros caminos se cruzaban sin que fuéramos conscientes de ello. Nos movíamos en círculos similares, frecuentando la misma escuela, cafés y eventos locales. Al descubrir que compartíamos gustos y pasiones, decidimos empezar a conversar en línea más a fondo; nos recomendábamos películas, música y creábamos dibujos juntos.

Para el 2017, la confianza había crecido lo suficiente como para conocernos en persona por primera vez. Nos citamos en una exposición de fotografía en el museo de la ciudad. Juntos recorrimos la muestra, compartiendo pensamientos, impresiones y risas nerviosas que rompían el silencio.

Después de la exposición, decidimos prolongar nuestro encuentro. Llegamos a la rectoría de la UABC, casi a medianoche, bajo luces tenues. Nos sentamos en las escaleras frontales, uno junto al otro, en un silencio total interrumpido solo por nuestras voces. Nuestras conversaciones fluían libremente. Aquella noche inusual reveló una conexión que trascendía lo físico. Podíamos ser quienes realmente éramos sin cuidar nuestras palabras, sin momentos de silencios incómodos. Cada palabra compartida, cada risa, nos acercaba más. Era evidente que, más allá de la amistad, había una química innegable entre nosotros.

A partir de ese encuentro, comenzamos a frecuentarnos cada vez más. Al poco tiempo, hicimos oficial nuestro amor y nos convertimos en novios el 15 de octubre de 2017.

Nuestra historia comenzó en un mundo lleno de casualidades y conexiones invisibles. Nos dejamos llevar por el destino, sin saber que nos conduciría a nuestra unión nupcial. Agradecemos a quienes han estado cerca de nosotros incondicionalmente durante este viaje, mientras esta historia continúa escribiéndose ahora como la pequeña y nueva familia Gálvez-García.

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